Ya no basta con rastrear clics. Para entender al cliente, las marcas necesitan escucharlo. Literalmente. Y esa escucha empieza cuando el propio consumidor decide qué quiere contar. Qué le interesa. Qué necesita. Qué espera de una marca. Eso es el zero party data?. Y ahora mismo es uno de los caminos más prometedores y respetuosos para avanzar en la personalización sin renunciar a la privacidad.
En realidad, esta forma de recopilar datos no es nueva, pero sí lo es el contexto. La desaparición progresiva de las cookies de terceros, las nuevas normativas de protección de datos y una mayor conciencia por parte del consumidor han cambiado las reglas del juego.
Lo que antes se conseguía con rastreo automatizado, ahora debe ganarse con confianza y propuesta de valor. Por eso, marcas y retailers están cambiando las técnicas para captar información. Y el zero party data está pasando a primer plano.
¿Qué datos está dispuesto a dar el cliente?
La respuesta es sencilla: aquellos que le aporten algo a cambio. Si lo que recibe es útil, relevante o interesante, está mucho más dispuesto a participar. No es una cuestión de privacidad, sino de reciprocidad.
Por eso cada vez más compañías están incorporando dinámicas para recoger información de forma explícita. Quizzes que ayudan a definir el producto adecuado, tests de preferencias, encuestas interactivas o configuradores personalizados que orientan al consumidor y permiten afinar las recomendaciones.
La clave está en no preguntar por preguntar, sino en utilizar lo que el cliente comparte para devolverle algo que le mejore la experiencia. Por ejemplo, mejores sugerencias, ofertas más afinadas, menos ruido. El objetivo no es llenar una base de datos, sino construir una relación basada en la relevancia.
Cómo conseguir datos sin ser agresivo
En este terreno, la forma es tan importante como el fondo. Algunas marcas del sector belleza, por ejemplo, están apostando por tests interactivos que determinan tipo de piel, necesidades o rutina ideal. Después, devuelven sugerencias personalizadas basadas en las respuestas. Otras organizan sorteos, minijuegos o retos que permiten segmentar sin parecerlo.
También se están consolidando los centros de preferencias, donde cada usuario decide qué quiere recibir, cuándo y sobre qué temas. Esta opción, menos espectacular pero muy efectiva, permite al consumidor tomar el control y al retailer ajustar el tono y la frecuencia de su comunicación.
La clave está en no forzar. No pedir datos al entrar por la puerta. No exigir el email antes de haber ofrecido nada. El zero party data funciona cuando la experiencia lo justifica, cuando el contenido engancha, cuando la propuesta convence.
Y ahora, ¿qué hacemos con esos datos?
Tener la información no es lo mismo que activarla. Muchas compañías están invirtiendo en plataformas CDP? o motores de recomendación que integran este tipo de datos para personalizar sin depender de fuentes externas. También se usan para modular la frecuencia de los envíos, cambiar el tono de los mensajes o afinar las categorías de producto destacadas.
En e-commerce, estos datos pueden transformar el onboarding de nuevos usuarios. En tienda física, permiten al equipo comercial entender mejor a quién tienen delante. En ambos casos, suman. Pero sólo si se usan bien.
Porque si el cliente ha decidido compartir, espera algo a cambio. Si no ve resultados, pierde el interés. Si percibe abuso, se desconecta. La confianza, como siempre, cuesta mucho ganarla y muy poco perderla.
Escuchar con intención
El zero party data no es una herramienta para recolectar. Es una oportunidad para entender. Para construir. Para devolverle al consumidor el control sobre su propia experiencia con una marca.
Y, sobre todo, es una forma de escuchar con intención. De pasar del rastreo al diálogo. Del dato automático a la conversación real. Ahora que todos compiten por atención, quienes sepan preguntar bien y actuar mejor serán quienes consigan quedarse.
