En los lineales del supermercado, las etiquetas discretas del propio distribuidor ya no son sinónimo de ahorro. Ahora, las marcas blancas equivalen a confianza. Este cambio refleja una tendencia sólida que se ha ido consolidando en los últimos años.
Según un estudio de Ipsos, el 74% de los consumidores considera que la calidad de las marcas blancas es igual a la de las marcas tradicionales, y el 84% confía en ellas. En pruebas ciegas, el 72% de los compradores no distingue entre una marca blanca y una nacional, según datos de Produce Business.
Un mercado en expansión global
Este fenómeno es global, aunque con algunos matices. En Europa, las marcas blancas representan ya el 53,4% del gran consumo, según Flipflow, mientras que en España rozan el 40% del mercado de alimentación y droguería (NEO Noticias).
Por su parte, en América Latina Kantar detecta un crecimiento similar, con consumidores que incorporan nueve unidades más por comprador en su cesta que el año anterior. La inflación y la búsqueda de equilibrio entre precio y calidad han acelerado esta evolución, pero la tendencia va más allá del contexto económico: se trata de una transformación estructural del consumo.
En Estados Unidos, cadenas como Trader Joe’s y Kroger lideran esta revolución desde hace años. Trader Joe’s ha convertido sus productos de marca propia en auténticos fenómenos culturales, con un cuidado diseño de envases, lanzamientos estacionales y una comunidad de seguidores que comenta cada novedad en redes sociales. Kroger, por su parte, ha mejorado la percepción de sus marcas de distribuidor con líneas diferenciadas por segmento, como Private Selection o Simple Truth, centradas en calidad y sostenibilidad.
En Europa, Lidl Deluxe y Carrefour Bio demuestran que una marca blanca puede competir en terreno premium o ecológico. Aldi, que nació como paradigma del bajo coste, ha sabido reposicionar su oferta con campañas de comunicación que ponen el foco en la calidad y el origen responsable de los productos.
En España, Mercadona ha construido un modelo ejemplar con Deliplus y Hacendado, marcas que los consumidores identifican como propias y que en muchos casos lideran las ventas en sus categorías. Eroski, con su gama Seleqtia, también refuerza su posicionamiento en torno a la calidad local y el producto artesano.
La marca de distribuidor como activo estratégico
Los retailers han pasado de usar las marcas blancas como instrumentos de ahorro a gestionarlas como verdaderos activos de marca. Hoy son una herramienta para fidelizar clientes, proyectar valores y diferenciarse de la competencia. Carrefour, por ejemplo, ha impulsado su línea vegana y saludable Carrefour Veggie, mientras Coop Italia utiliza su enseña Vivi Verde para reforzar su compromiso con la sostenibilidad.
La comunicación ha sido clave: las marcas blancas han superado la barrera del precio gracias a una narrativa que asocia calidad, diseño y propósito. Así se han convertido en productos de confianza y valor emocional.
Un consumidor más consciente y selectivo
Como el perfil del comprador actual es más informado, digital y exigente, las marcas blancas están incorporando tendencias de personalización, nutrición funcional y bienestar, alineándose con las expectativas del consumidor contemporáneo.
En paralelo, las nuevas generaciones adoptan un consumo mixto, combinando marcas premium con opciones propias de los retailers, buscando un equilibrio entre valor, sostenibilidad y experiencia.
Tecnología, datos y diseño
Los grandes distribuidores están apoyándose en Big Data e inteligencia artificial para detectar tendencias y diseñar surtidos más ajustados a las necesidades locales. Además, la trazabilidad mediante blockchain y la analítica avanzada permiten garantizar la transparencia y reforzar la confianza.
El diseño también ha pasado de ser funcional a estratégico. En el packaging, los códigos visuales se han sofisticado: tipografías limpias, materiales sostenibles y mensajes que apelan a la autenticidad o al origen. Marcas como Eroski Seleqtia o Lidl Deluxe incorporan relatos sobre productores locales y valores de responsabilidad social.
En el plano digital, los retailers recurren a influencers, reseñas y campañas en redes para consolidar una relación directa con los clientes. Kroger, por ejemplo, utiliza TikTok y YouTube para dar visibilidad a sus productos de marca propia.
En definitiva, las marcas blancas han dejado de ocupar un papel secundario para convertirse en una pieza clave del nuevo retail. Han sabido ganarse la confianza del consumidor a través de la calidad, la transparencia y la coherencia, tres atributos que hoy definen la relación entre marca y comprador.
Su evolución refleja una industria más madura, donde el valor ya no se mide solo en precios, sino en propósito, innovación y conexión emocional. Y ese es, quizá, el mayor signo de que las marcas de distribuidor han alcanzado su propia identidad.